Aprendizaje

 Aprendizaje o el libro de los placeres.- Clarice Lispector

Clarice nació en Ucrania un 10 de diciembre. Murió de cáncer de ovarios en Río de Janeiro, también en diciembre, un día antes de cumplir los 57 años. Su estilo va más allá del flujo de conciencia, digamos que si Virginia Woolf y Joyce dejan que sobre el papel fluya lo que se va cruzando por el cerebro, sea la lista de la compra o una idea luminosa; en la escritura de Clarice lo que fluye es un torrente de introspección, un diálogo continuo del yo consigo misma. Tal vez por ello se sirve de un estilo libre indirecto, en que un narrador en tercera persona habla por boca y siente como el personaje, como si estuviera fundido con él.

Aprendizaje está fechado en 1969, cinco años después de que escribiera su obra maestra, La pasión según G.H., que la consagra como una de las mejores autoras del siglo XX. Mientras escribe Aprendizaje,  ya sabe que tiene un cáncer y que le causará la muerte, por eso trata de “agarrarse a la vida cuando se sabe que se va a morir”. Tres años atrás había sufrido un percance, en su dormitorio se había declarado un incendio, de madrugada, según parecer se quedó dormida con un cigarrillo encendido. De resultas de aquella desgracia, sufrió graves quemaduras en todo el cuerpo y, a punto estuvo de que que amputaran  su mano derecha.

La novela narra el viaje interior de Lori, la sirena que enamora a Ulises –el navegante- desde la profundidad de sus ojos. Ulises va a ejercer de timonel durante la travesía para que Lori aprenda a convivir con su propia vida y que, después de esta odisea, arribe al puerto renovada personalmente. Como en todo recorrido surgen tormentas, vientos, atajos, desandares. Se suceden aguas mansas y aguas bravas, cosas que se van perdiendo y se quedan en el camino, cosas que se aprenden. Avatares que van produciendo el cambio necesario. Es un libro difícil porque va buscando los entresijos del alma, levantando cada pliegue, a través de sensaciones, sentimientos, emociones, latidos…; de hecho la autora se queja de esta dificultad de diseccionar el yo más íntimo: “Hay muchas cosas que decir que no sé cómo decir. Faltan las palabras”. Creo que lo consigue, al menos, en parte; para ello utiliza recursos estilísticos visuales (el mar, la chimenea, el silencio, la lluvia…), táctiles, olfativos, musicales, líricos y poéticos. A veces da la impresión de que estuviéramos asistiendo a la elaboración de un cuadro, en el que se nos permite ver cómo cada pincelada va transformando el lienzo, en ocasiones con trazos impresionistas, en otras oportunidades como abstracciones de luces y sombras que intentan atrapar realidades muy sutiles, desgarradas y profundas.

El navegante –Ulises– se impone el objetivo de que Lori salga de sí misma, se exilie de su doloroso ensimismamiento, y se abra para poder compartir su yo y su soledad con otro yo y con otra soledad. Se podría resumir en que, el navegante le alumbra el camino para que busque la otredad. Pero no lo hace como un profesor al uso, no le imparte lecciones filosóficas, no; se limita a ponerla al timón para que ella vaya navegando consigo  y sobre sí misma; para que bogue de digresión en digresión, sondeando y buceando en su yo más recóndito, a base de meditación, paciencia –mucha paciencia- y reflexión introspectiva. Dejándola caer para que se levante y vuelva a empezar. Ulises sabe que es un viaje interior en el que sólo puede participar desde fuera, con un aguanta o con un ten paciencia. Lori tiene que enfrentarse a sus miedos. Todos tenemos un alma (yo) enfrentada a un cuerpo. Un yo que creemos inmortal, inmanente, infinito y eterno, frente a un cuerpo finito y mortal. Todos nos hacemos ilusiones de que cuando el cuerpo se extinga el yo permanecerá. Por eso Lori tiene que aprender a vivir con sus miedos, como todos, porque no hay consuelo de vivir, y no hay consuelo porque sabemos que hemos de morir. Ella viene de la soledad. Ella ha abandonado a su familia, su padre y sus hermanos. Ella está sola, vive sola, no tiene amistades, sólo ha tenido cinco amantes ocasionales de los que no dejan  huella. No consigue extrañarse, olvidarse de sí misma, como hacemos los demás. No puede dejar de pensar en la vida y en la muerte porque no consigue llenarse de ruidos (el trabajo, la familia, los amigos, el cine, la televisión…) como los demás. Su silencio le impide avanzar. Tiene que aprender, como la señala Ulises que los demás, “hemos mantenido en secreto la muerte para hacer posible nuestra vida.”

El aprendizaje  es duro y difícil, los caminos que hay que transitar son sinuosos y suponen desgarros. Resulta más sencillo quedarse en el útero de sí misma, doliéndose porque la vida no tiene sentido y la muerte del cuerpo supone inexorablemente la muerte de la propia conciencia, del propio yo, del alma. Ulises le dice que, con esfuerzo, llegará a sentir el puro placer de vivir, pero para llegar hasta allí es preciso que aprenda a compartirse y, en ese proceso, ha de seguir un método vital con varias lecciones:

La primera es reconocerse en el espejo. Ver su rostro y su cuerpo finitos. Ir al baile para salir huyendo porque no quiere ser un cuerpo que se duele, un cuerpo que necesita el aprecio de los demás. Quiera que la reconozcan por dentro en su yo más íntimo, no por la cáscara del cuerpo. Desea que la quieran por su yo más íntimo, por su alma. Aprende que ese yo tan suyo, tan trascendente, ha de morir un poco. De ahí el título del primer capítulo. “El origen de la primavera o la muerte necesaria en pleno día.” En la segunda lección ya empieza la “Luminiscencia” –título del segundo y último capítulo-. Es donde celebra la consecución de abrirse un poco, donde empieza a reconocer la naturaleza, lo que está fuera. Prueba la manzana y el sabor le estalla en la boca, es un instante, pero sabe que ese instante es algo eterno y consigue, por primera vez, ese estado de gracia, esa comunión con la naturaleza. Es el mito de Adán y Eva pero al revés, ha probado el pecado (la naturaleza) con su cuerpo, y ha llegado, por primera vez, a un estado de gracia. Ha sentido el instante de eternidad que las cosas que están más allá de sí misma le pueden proporcionar. La tercera lección es amarga porque hay recaídas, porque es duro levantarse y, “a pesar de…” continuar. Ulises le enseña que existe el placer de amar y el placer del dolor y el placer de sobrevivir. Que pude salir de sí misma y andar el camino y compartirlo, porque es en el propio trayecto donde encontrará la felicidad. La siguiente estación es donde se detiene para explicarse lo cotidiano, para reconocer que cualquier hecho banal es placentero, sea un vestido, o la colonia, la chimenea, sea la mano de Ulises que ella reprime en acariciar… Es entonces cuando “vio que había llegado al obstáculo de sí misma, y su guía –Ulises- le recrimina que, “sólo sabía estar viva a través del dolor, y no sabías cómo estar viva a través del placer”. En esta lección aprende, sobre todo, a “apoderarse del primer regocijo de la vida”. En la quinta lección está el paso más significativo, el del bautismo y la purificación. Sale a la luz de la madrugada y, con la playa desierta, salvo por un perro callejero que pasea por la arena, se adentra en el mar y realiza sus abluciones. Lo hará cada madrugada para lavar sus miedos y  purificarse a sí misma, con el fin de poder unirse a Ulises y compartir sus soledades comunes. En la sexta lección se instruye en el afán de dejarse inundar poco a poco por la alegría. Una alegría mansa, sin estridencias, porque se está pariendo a sí misma, saliendo de su útero dolorido y autista hacia la naturaleza que está ahí fuera esperándola. Es la propia Lori la que en esta etapa del viaje ya exclama: “estoy finalmente dándome y lo que sucede cuando estoy dándome es que recibo”. La séptima etapa del aprendizaje es la que le acerca irremisiblemente al otro, a Ulises. Aprende a liberarse de la culpa y a vivir con el dolor y no por el dolor. Es la lección que más le acerca a Ulises, donde más se sale de sí misma para ser parte de la naturaleza y del otro, la semilla del saber ha prendido en Lori. Es un saber objetivo o, como ella misma expresa: “era un saber sin piedad, ni alegría, ni acusación”. La última estación es cuando llega al puerto, la casa de Ulises, y se dan entrambos. Culmina el aprendizaje aceptando al otro, su soledad, sus miedos, sus miserias y se place en ello. Acepta casarse y tener hijos, acepta que Ulises le advierta que el trabajo le absorberá en exceso y no podrá dedicarle mucho tiempo. En suma, ha aprendido a llenarse de ruidos, como los demás, y dejar de pensar en la vida y en la muerte. Y por eso se extraña –de sí misma- y se da al otro, porque “Yo está enamorada de tu yo. Entonces nosotros, es”. Ahí está el placer de vivir, que no es otra cosa que, extrañarse de sí y compartirse con la naturaleza y con los demás.

Clarice empieza el libro con una coma, seguramente con la idea de dar la sensación al lector de que, las disquisiciones posteriores a la coma son idénticas a las que se producirían antes de la coma. Concluye la novela con dos puntos. Es al final de un diálogo entre Lori y Ulises. Le corresponde responder a Ulises sobre algo relacionado con Dios que ha puesto Lori sobre el tapete. Supongo que Clarice sólo ha querido poner de manifiesto que ya son dos seres compartiendo, nada más. La respuesta de Ulises ya nos es indiferente porque Lori sabe que: “mi camino llegó a su fin; quiero decir que llegué a la puerta de un comienzo”.

De eso se trata, de recomenzar siempre.

J. Carlos

Una respuesta

  1. El aprendizaje es duro y difícil…, pero no «todas las gentes «…, que no personas…. tienen ese poder.

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